jueves, 17 de mayo de 2012

NUESTRA SEÑORA MARIA MAGDALENA, APOSTOL DE LOS APOSTOLES

Nuestra Señora María Magdalena, Apostol de los Apostoles En la imaginería popular, Nuestra Señora aparece como una prostituta arrepentida, como una adultera a la que Jesús salva de la lapidación, una pecadora que con sus propias lágrimas lava los pies del Maestro. Sin embargo, no hay ningún texto en el Nuevo Testamento, ni en la primitiva literatura cristiana que avale este retrato. Los Evangelios nos dicen que “siguió a Jesús desde Galilea” (Mc 15, 40-41; Lc 8,22), es decir, desde los inicios de su predicación, convirtiéndose en una fiel seguidora, que incluso ayudaba económicamente a la causa de Nuestro Señor, al igual que otras mujeres que también seguían las enseñanzas del Maestro. En la época judeo- romana, se ha de destacar la situación de la mujer en una sociedad patriarcal donde era considerada como un ser inferior, sin derechos, excluida de todo acceso al conocimiento, incluso con prohibiciones de hablar en público con un hombre. Para Jesús todo ser humano era igual, sin distinción de sexo, sin distinción de estatus social, Jesús amparaba a todo aquel que por algún motivo era discriminado socialmente “todos iguales ante Dios Padre”. Jesús nos enseñó a amar a todos los hijos de Dios, siendo ésta una de las bases más importantes de las enseñanzas del Maestro y base del antiguo cristianismo, el precepto que Jesús nos enseñó y que tan fácil ha sido olvidado, incluso al amparo de la fe. Todos los evangelistas recogen que estuvo presente en la crucifixión y en la sepultura: al pie de la cruz, junto a María y el Discípulo Amado, según Juan (19,25); de lejos, según los sinópticos (Mc. 15,40-41; Mt. 27,55-56). Es precisamente en el momento de la pasión y muerte de Jesús, en el que las mujeres son las que están a su lado, ante la ausencia de los discípulos hombres, excepto Juan. Se ha de recordar, que en aquella época todo aquel que osara acercarse a un condenado, seguiría su misma suerte, todos lo sabían, y las únicas allí presentes fueron las mujeres, demostrando una valentía y fortaleza, dignas de ser ellas las primeros testigos de la Resurrección de Nuestro Señor. La primera que tuvo el privilegio de ver al Señor resucitado y hablar con él fue María Magdalena (Mc. 16,9; Jn. 20,11-18). Rafael Aguirre, teólogo católico, apunta que Hay que notar que son precisamente estos hechos -la muerte de Jesús, la sepultura, la resurrección y su aparición- los que se confiesan en el credo cristiano más primitivo (1Cor. 15,3-5). Ella, María Magdalena, es la única persona que aparece en todos los evangelios en los acontecimientos pascuales; sobre su presencia parece no haber existido ninguna duda en la primitiva tradición cristiana. Tanto es así que en la liturgia del Domingo de Pascua la Iglesia la nombra explícitamente en la secuencia que se lee antes del Evangelio: “Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado […] Ha resucitado Cristo, mi esperanza”. ¿Por qué entonces esta imagen de María Magdalena tan distorsionada que ha mantenido la iglesia Católica durante siglos, desde la discípula más amada a la prostituta arrepentida? Las Iglesias ortodoxas orientales nunca cometieron este error, y es incluso en Occidente, donde estas “malas interpretaciones” no se hicieron hasta una fecha relativamente tardía. Los primeros Padres de la Iglesia, en los primeros siglos del Cristianismo, no conocían a Magdalena como una prostituta, sino como la testigo más importante de la Resurrección. Parecería que el hecho de que en el Nuevo Testamento aparezcan tantas “Marías” (María la Madre de Jesús, María de Magdala, María de Betania, María la mujer de Cleofás -tía de Jesús-, María la madre de Santiago el menor y de José) y varias mujeres sin nombre (como la mujer que unge a Jesús en Mc. 14,3-9, o la pecadora en Lc. 7,36-50 y en Jn. 8,1-11) llevó a los exégetas a una composición-imaginación no tan inocente: María Magdalena es la gran pecadora perdonada. En palabras de Karen King, catedrática de estudios del Nuevo Testamento y de Historia del Cristianismo Primitivo en la Escuela de Teología de la Universidad de Harvard, “…el retrato de la pecadora arrepentida fue inventado para contrarrestar un retrato anterior, y lleno de fuerza, de María como profetisa visionaria, discípula ejemplar y líder apostólica”. ¿Por qué la Iglesia Católica ha relegado siempre a un segundo plano a esta mujer a quien Jesús privilegió haciéndola mensajera de una realidad decisiva para el caminar de la primera comunidad?, según Elisa Estevez, Doctora en Teología, nos encontramos con diversas causas. Algunas en razón de la secular infravaloración de la mujer. Y otras en razón del uso que los ambientes gnósticos hicieron de este Evangelio, y en particular de este texto. María Magdalena llegó a ser considerada como ‘el testigo más destacado de la enseñanza del Señor resucitado’. Creemos que el miedo de la iglesia naciente a identificarse con pensamientos heréticos pudo influir, entre otras razones, para relegar a esta figura femenina, por otra parte, tan central en la tradición del Discípulo Amado. Cuando estudiamos los evangelios apócrifos de Tomás o de Felipe o de María Magdalena, como el Diálogo del Salvador o la Sofía de Jesucristo, éstos complementan la imagen de los evangelios canónicos y dejan ver la importancia de María Magdalena en la primitiva tradición cristiana. Algunos la consideran tan grande como la de los apóstoles. En el texto de Juan 20, 11-18, el encuentro con Jesús resucitado, Juan presenta a la búsqueda de María Magdalena; una búsqueda que nace del amor profundo que esta mujer hacia su Señor. Jesús se deja encontrar por ella y le revela el significado profundo de su glorificación y filiación divina, así como de las nuevas relaciones fraternas inauguradas en su persona. Es presentada como la discípula fiel que busca al Señor y lo encuentra. Su tristeza se convirtió en una “alegría que nadie le podrá quitar”. Hay elementos en algunos relatos que interesa destacar especialmente, donde aparece María Magdalena con un gran protagonismo. En Juan 20,1-3, los verbos utilizados son activos: ella va, viene, ve, corre, dice, se asoma, anuncia. De estos verbos hay uno que se repite en varias ocasiones, el verbo “ver”, llevando implícito el lenguaje testimonial, lenguaje también utilizado por Juan 1,3: “Lo que hemos visto y oído, lo anunciamos también a vosotros..”. María Magdalena aparece como una testigo digna de confianza y como la primera testigo del sepulcro vacío y del Señor resucitado, acontecimientos básicos y fundamentales de la fe cristiana y de la misión de la Iglesia. En Juan 20,11-18, el relato nos presenta a María Magdalena con las mismas credenciales con que Pablo justifica su apostolado: por un lado, nos narra su encuentro personal con el resucitado y, por otro, el encargo que recibe de Él de anunciarlo a los hermanos. Además, el relato nos trae una versión distinta sobre las apariciones del resucitado. Todo esto es fundamental para la función “apostólica”. Según algunos autores, para Pablo son dos los componentes esenciales para el apostolado, en primer lugar el haber visto al Jesús resucitado y el haber sido enviado para proclamarle; ésta es la lógica implícita en I Cor. 9,1-2; 15,8-11; Gál. 1,11-16. Una clave de la importancia de Pedro en el apostolado fue la tradición de que él había sido el primero que vio a Jesús resucitado (I Cor. 15,5 ; Lc. 24,34). Más que cualquier otro evangelio, Juan revisa esta tradición […] En Juan (y en Mateo), María Magdalena es enviada por el mismo Señor resucitado, y lo que ella proclama es el anuncio apostólico de la resurrección: ‘he visto al Señor’. En realidad, ésta no es una misión para todo el mundo; pero María Magdalena está muy cerca de cumplir las exigencias básicas paulinas del apóstol; y es ella, y no Pedro, la que es la primera en ver a Jesús resucitado. Rábano Mauro, en el siglo XI, designó a María Magdalena como la Apostolorum Apostola, la apóstol de los apóstoles (expresión que repite santo Tomás de Aquino)" . Mauro, en su obra “vida de María Magdalena”, apunta que Jesús hizo de ella la Apóstol de los Apóstoles, que ella no tardó en ejercer el ministerio del apostolado y que evangelizó a los compañeros apóstoles con la buena nueva de la Resurrección del Mesías, que fue elevada al honor del apostolado e instituida evangelista de la Resurrección (Juan 20, 11-18).