sábado, 23 de junio de 2012

JANO, JUANES Y LAS PUERTAS DE LOS HOMBRES Y DE LOS DIOES




El término solsticio proviene del latín solstitium que significa “Sol sistere” o “Sol quieto”. Los solsticios son los momentos del año en los que el Sol alcanza su mayor o menor altura aparente en el cielo y la duración del día o de la noche son las máximas del año.  Desde un punto de vista simbólico, la festividad de los Solsticios es de suma importancia, y así ha quedado constatado en todas las tradiciones y culturas a lo largo de la historia de la Humanidad.

Para el Cristianismo, durante la época solsticial de invierno tiene lugar la venida de Jesucristo y en el solsticio de verano se celebra  la festividad de San Juan Bautista. Jesucristo significa la salvación de la Humanidad hacia una vida espiritual superior, a través de la redención del alma; y San Juan Bautista es quien  identifica a quien tiene que venir, al Mesias: Preciso es que El crezca y que yo mengue (Evangelio de San Juan). Así mismo, el Cristianismo sitúa la festividad de San Juan Evangelista en el solsticio de invierno, siendo éste el evangelista más crístico y de especial importancia para la Tradición Templaria.

En la Tradición Hindú, los solsticios representan las puertas del cosmos, la Puerta de los Hombres (solsticio de verano) y la Puerta de los Dioses (solsticio de invierno), coincidiendo con la Tradición Pitagórica y la Tradición romana de Jano.

Etimológicamente la palabra Juan se relaciona con el vocablo latino Janua cuya traducción es puerta y del que se deriva januarius, enero, o iniciación. La letra griega Delta, de forma triangular, significa puerta, y era  utilizada por los  antiguos en las puertas de acceso  a los templos iniciáticos.

El Cristianismo sustituye el vocablo Janua o Janus etrusco y su equivalente Saturno  (regente del Tiempo) de los frigios y los griegos por San Juan.

Jano para los romanos  tiene una triple faz, dos caras,  una opuesta a la otra, una hacia el solsticio de invierno (signo de Capricornio) y otra hacia el solsticio de verano (signo de cáncer) y una tercera cara ausente que representaría al momento presente, desconocido para el hombre ligado al devenir del tiempo.

Jano era a la vez el dios de la Iniciación a los Misterios y el de las corporaciones de arquitectos, presidía los Collegia Fabrorum, escuelas iniciáticas vinculadas con el ejercicio de la construcción y antecesores de los gremios de constructores medievales. Jano era un antiguo dios asirio-babilónico, y para los romanos precedía todo nacimiento, de hombres, del cosmos o de las acciones venideras. Lleva dos llaves, por lo que se le relaciona con una deidad de aperturas o de inicios; Para el Cristianismo las llaves de Jano, en su simbología abren y cierran el “Reino de los Cielos y el de la Tierra”, una llave es de oro y otra de plata. Aunque la Tradición Cristiana convierte a Jano en los dos Juanes, su antiguo simbolismo permanece invariable.
Este rito da testimonio de las enseñanzas transmitidas por los Antiguos: la vida es cíclica, todo cuanto se ve animado por la vida crece y decrece, y gracias a la existencia de dos “puertas” liberadoras, la Puerta de los hombres y la Puerta de los dioses, el hombre deja de ser el eterno prisionero del tiempo y de las Tinieblas.

lunes, 18 de junio de 2012

Ser Hombre-Mujer-Persona

Las diferencias entre hombre y mujer vienen en función del cometido físico que venimos a desempeñar en este mundo (la reproducción).

Nuestra alma, nuestro espíritu es lo que es, no es cuestión de género.

Como mujeres no necesitamos el reconocimiento de iglesia alguna, si no el propio reconocimiento de nosotras mismas. Si no nos conocemos, si no nos amamos ¿De qué sirve el reconocimiento ajeno? Sólo a través del propio podemos crecer y ser.

Nuestro Señor recuerda a unos y otros nuestra igualdad, defiende la reciprocidad entre hombres y mujeres y esto ha sido tergiversado por los intereses patriarcales establecidos, sometiéndonos a ellos y relegándonos a un plano claramente inferior.

¿Y qué? Sólo nosotras podemos restituir a la Mujer, reconociéndonos como tales, uniéndonos cuando sea necesario y siendo fuertes, conscientes de qué y quién somos, repeticiones de Eva, pero no de la Eva pecadora, sino de Eva complemento del hombre, de igual a igual, de su misma esencia, de la misma naturaleza que el Padre.

Hasta que no lo asumamos, defendamos y ocupemos nuestro lugar por nosotras mismas, no por que nos restituya nadie, seguiremos navegando a la deriva entre los hombres. Resulta increíble que seamos nosotras sus primeras educadoras.

Todos podemos ser testigos mudos o no de la vida, de la pasión y de la resurrección, no sólo de Nuestro Señor, si no de los hijos de Dios, sus hermanos, todos aquellos a quienes al hacérsele daño se lo hacen a él. Ser voz o no es elección nuestra. Si decidimos serlo, seremos testimonio del Alfa y la Omega, de la Palabra, de la Obra, de la realidad de ser de todos y cada uno, desde Nuestro Señor Jesucristo, Nuestra Sra. María Magdalena, de todas las inocentes víctimas de la inconsciencia, de lo que no es, desde el principio hasta la actualidad, restituyéndolos al hacerlo.

Dios está en todas partes, no es propiedad de una iglesia, credo, comunidad, etc. en particular. El ser Templo suyo no depende de iglesia alguna. Depende de nuestra voluntad de serlo y de Su aceptación. A Mª Magdalena nadie le pudo quitar la realidad de ser quien era, su amor a Nuestro Señor y su mensaje. Se habrá dañado su imagen, se habrá ocultado o difuminado, pero no su existencia. ¿Imposible anularla? Por algo será.

Importante es el aquí y el ahora y lo que hagamos en ellos.

Lo trascendental es, siendo hombre o mujer, ser Persona, ser Humano en plenitud. Seámoslo.

Llegado este punto agradecer a Sorortempli, por permitirnos a través de sus páginas, expresarnos, compartir, contrastar, comunicarnos..., y estrechar lazos como hermanos que somos, independientemente de nuestro 'género' hombre-mujer,  unidos en el amor a Xps.


miércoles, 13 de junio de 2012

El Vaticano y la Mujer

Llegados a estas épocas actuales, quién en nombre de Dios, puede creer estas patranas que vienen de largo y que han perdido todo sustento, si es que alguna vez en la historia lo tuvieron?
Luego de los primeros tiempos, la Iglesia católica se trazó un camino político institucional que conllevó a etiquetar como verdades, inventos tomados con fines meramente patriarcalistas y políticos.
Qué pasó con nuestra Iglesia? En que etapa o serpenteo del camino se quedó varada y perdida?
Por qué entró en componendas y falsedades como cualquier otro Estado no religioso del mundo, si era la representante del Unico Dios en la Tierra?
Es evidente que , o todos somos ciegos y acatamos estas mentiras que aún hoy en día se empecinan en hacernos creer, o usamos nuestra razón y buen tino para plantear las injusticias y sacar a la luz los manejos a que nos han sometido a lo largo de centurias.
No nos tomen por tontos, no nos desprecien como cristianos, respétennos en tanto que hermanos en la Fe y eviten tratarnos como súbditos. Esas épocas ya pasaron, sería bueno que alguien se las recordase al Papa y a su séquito más retrógrado.
Felicitaciones por vuestro blog, queridas hermanas en Cristo.
Que la luz de Nuestra senora nos ilumine en todo momento para no perdernos en los laberintos fabricados por las mentiras de quienes nos dirigen (o tratan sin éxito).
Vuestra,
Sarlat, Mary Su,
Hermana Templaria

EL VATICANO Y LA MUJER




Ahora que tanto se habla del Vaticano y de sus luchas internas y de sus triquiñuelas muchas de ellas presuntamente delictivas e incluso criminales, ahora que sabemos que dentro de esta burbuja de hierro en la que se mueven los privilegiados de la Iglesia ocurren presuntamente brutalidades sin cuento, creo que es un buen momento para hablar de la misoginia de la Iglesia perpetrada como un ejemplo por los papas y sus secuaces y demostrada hasta la saciedad con la defensa de unas creencias que se han transmitido a la sociedad de siglo en siglo, jamás desmentidas , y por un comportamiento social y político contra la mujer por parte del ejército de párrocos, obispos y cardenales que no tiene desmentido posible.


Nunca hemos tenido fe en la defensa de los derechos de la mujer por parte de la Iglesia por más que tanto humildes sacerdotes como orgullosos obispos hayan presumido de una doctrina sobre ella, que la defendía de todos los males que en el mundo la amenazan. Las mujeres, sin embargo, no queremos protección sino solo igualdad en dignidad y derechos. De hecho la mejor prueba de la misoginia de la iglesia reside en el hecho de que a la mujer no se le permite ser ministro de dios, y por algo tiene que ser, porque de ser iguales que los hombres no habría motivo para negarle ese privilegio. Por tanto es fácil argumentar que para la Iglesia las mujeres somos inferiores, sea social, económica o moralmente hablando, sea como habitantes de segunda categoría de la Tierra, el poder de la cual reside en el hombre de donde proceden los ministro de Dios, la cohorte celestial que vela en torno a su legal representante. Es la Iglesia la que ha adjudicado durante siglos la impureza a la misma identidad de la mujer como lo demuestra que hasta hace muy poco tiempo, las madres debían ir a purificarse en cuanto había nacido su hijo. Nos falla la memoria pero yo que tengo una edad provecta no solo recuerdo cuando este rito era preceptivo sino que yo misma tuve que ir con una vela encendida siguiendo a la comadrona que con el recién nacido en brazos me abría el paso hasta la parroquia donde un cura vestido con alba blanca y armado de un hisopo nos recibió a golpes de agua bendita y parrafadas de latinajos hasta que consideró que ya me había purificado lo suficiente y me despidió haciéndome hincar la rodilla ante el sagrario. Pero no recuerdo que el padre de mi hijo tuviera que hacer lo mismo que yo hice porque como me dijo el cura cuando quise saber el motivo, los hombres no son impuros a no ser que lo quieran ser. Al parecer la Iglesia considera que nosotras lo somos queramos o no, por esencia, es decir, nacemos en el fango de la impureza, por esto no podemos ser ministros de dios.

Es la Iglesia la que ha elegido una de las epístolas de san Pablo a los Efesios donde se dice que la mujer estará sometida al marido, para que le sea leída a la novia el día de su matrimonio y se entere bien de que la libertad social, física, económica y de pensamiento no se ha hecho para ella. Es la Iglesia la que durante siglos y creo que incluso hoy en día ha oído las súplicas pidiendo ayuda de las mujeres maltratadas recomendándoles, o mandándoles simplemente, que aguantaran por el bien de la familia, y es la iglesia la que nunca protestó frente a unas leyes franquistas que marcaban la diferencia de delito entre el adulterio de la mujer y el del hombre condenándola a ella a penas diez veces superiores a las del hombre cuyo pecado ya quedaba disminuido por el cambio de nombre, que para él no era adulterio sino simplemente amancebamiento. La retahíla de reproches no tiene fin en una institución que además tiene como referente una figura, la de Cristo, que nunca jamás se definió en contra de la mujer, ni montó ninguna teoría sobre su origen y pureza, ni mandamiento alguno sobre su sometimiento y comportamiento, y que la única vez que los fariseos frente a una mujer que iba a ser lapidada por adulterio le requirieron que se definiera dijo: "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra".

Una primera piedra que el Vaticano en peso no ha dudado en tirar contra lo que suponía una pérdida de intereses o incluso de influencia y que cuando hubiera tenido que tirarla contra sí mimo no hizo más que esconder la basura bajo la alfombra pagando indemnizaciones millonarias a las víctimas con la condición de que sus múltiples y asquerosos delitos sexuales no salieran a la luz pública.

El Vaticano, el Estado menos democrático del mundo, el que no tiene empacho alguno en practicar la adoración de su líder, al menos a simple vista, que a lo largo de su historia ha practicado el asesinato, la corrupción, el afán y la exhibición de riquezas, la lucha por el poder, y muchos otros asuntos que escandalizarían a Cristo si volviera a resucitar, es un reducto donde la mujer solo aparece como sirvienta, enfermera, monja vigilante, y presuntamente practicante de las labores de su sexo, pero a la que se le ha negado cualquier tipo de actividad que suponga pensamiento, estudio o criterio, no se la ha dejado entrar ni en las salas de reuniones de los cardenales ni siquiera en los centros de estudios ni por supuesto en los ámbitos donde se toman las decisiones. Para el Vaticano la mujer sólo existe si se limita a actuar como una servidora al servicio de lo que sea y de quien sea. Ahora que se nos habla de la presunta desaparición de una joven en el agujero negro de esta casa de dios hace ya unas décadas, presuntamente por vergonzosas actividades a las que fue sometida por los esbeltos cardenales, creo que vale la pena recordar lo que se nos deja ver del Vaticano para que nos demos cuenta de que efectivamente no hay mujeres como tales en este Estado minúsculo y tan antidemocrático como el peor, como una manifestación de su profunda creencia de que la mujer no sirve ni ha de servir para otra cosa que para servir, a no ser que acepte su condición de esclava del señor y acuda cuando pueda la plaza de san Pedro y con sonrisa meliflua y alegremente arracimada con sus congéneres aplauda con pasión al papa que le despoja de su dignidad y le niega sus mas eleméntales derechos, los que corresponden a un ser humano completo con todas las facultades mentales y emocionales que supuestamente el dios al que adoran le concedió al crearlo. ROSA REGAS

FUENTE : http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/ellas/2012/06/11/el-vaticano-y-la-mujer.html

martes, 5 de junio de 2012

RECUPEREMOS LA ESENCIA CRISTIANA PESE A LA OPOSICION DE LA ACTUAL IGLESIA USURPADORA



 
 
 
Un acercamiento al Cristianismo primitivo desde el estudio del papel que desempeñó la mujer en aquellos momentos, nos acerca tanto al conocimiento del mensaje liberador de Nuestro Señor, como a un reconocimiento de la verdadera función discipular y apostólica que ejercieron las mujeres, y con ello a una integración de la Humanidad en la sociedad actual.
No se puede aceptar la visión dada por una mentalidad patriarcal con unos intereses partidistas que han relegado a la mujer a un segundo plano y a un sometimiento a la figura masculina. No se puede aceptar la interpretación incluso la falsificación que se ha hecho sobre la historia de Nuestra Sra. María Magdalena, la Apostol de los Apostoles, clasificándola de prostituta y pecadora. No se puede aceptar que no había discípulas entre los seguidores de Jesucristo, recordemos el pasaje de la Samaritana. No se puede relegar a un segundo plano a las mujeres, cuando fueron ellas las primeras testigos de la Resurrección de Nuestro Señor y las que estuvieron a su lado en el momento de la Pasión.


En el Nuevo Testamento no aparece palabra dicha por Jesús que sea discriminatoria o dañina para la mujer, sino todo lo contrario. Jesús restituye la dignidad tanto a los hombres como a las mujeres. Jesús dijo: “Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Jesús defiende la reciprocidad total de las relaciones entre el hombre y la mujer, basándose en la igualdad de su condición personal y ante Dios.


Es el movimiento de Jesús, un movimiento de renovación que cuestionó las instituciones sociales y religiosas, es un movimiento integrador, donde todos eran aceptados independientemente de su condición social, estatus o sexo. En palabras de Schürmann: “Que Jesús admitiera mujeres en su seguimiento es ciertamente un comportamiento muy escandaloso en el contexto palestino, que debía dar un estimulo inicial para la situación social y religiosa de la mujer en la iglesia y fuera de ella... Con su comportamiento sin prejuicios Jesús libera fundamentalmente a la mujer para una consideración social... Las mujeres están presentes con toda naturalidad en las reuniones de los discípulos de Jesús; tienen en la vida de la comunidad tareas importantes".


Hay que tener en cuenta que el Nuevo Testamento se canoniza en un momento de patriarcalización, con fuertes polémicas y en pleno proceso de institucionalización. Por este motivo, no podemos ceñirnos únicamente al estudio de los Evangelios canónicos y es muy interesante la lectura y estudio de la literatura apócrifa.

En los Evangelios apócrifos Nuestra Señora María Magdalena ocupa un lugar fundamental; En el Evangelio de Tomás consta el antagonismo entre Pedro y María Magdalena, en el que Pedro dice:” ¡Que se aleje María de nosotros, pues las mujeres no merecen la vida!”


En otro momento Pedro dice "Señor mío, no podemos soportar a esta mujer, porque habla todo el tiempo y no nos deja hablar a nosotros". María Magdalena, a su vez, se queja y apenas se atreve a hablar, porque Pedro, odia a las mujeres, la intimida. Pero Jesús contesta: “quien recibe la revelación y la gnosis debe hablar y da lo mismo que sea hombre o mujer”.


Jesús declara a María Magdalena bienaventurada y afirma que puede hablar francamente, porque su corazón está dirigido al cielo más que el de los otros discípulos.


Esta discusión entre Pedro y la Magdalena refleja el debate existente en la primitiva iglesia sobre el papel de las mujeres en la transmisión de la revelación y la Tradición.


En el Pistis Sophia, María Magdalena tiene un lugar privilegiado entre los discípulos. Ella es quien plantea treinta y nueve de las cuarenta y seis preguntas que hacen a Jesús y también destaca en las interpretaciones que ella hace.


Es en el Evangelio de María Magdalena el que mejor refleja la polémica en la iglesia primitiva sobre el papel de la mujer: Después de haber escuchado a esta mujer, Andrés dice: "Decid lo que pensáis sobre lo que ella ha dicho. Yo, por mi parte, no creo que el Salvador haya proferido cosas semejantes" [15]. Pedro, igualmente, se interroga: "¿El Salvador ha hablado con una mujer a escondidas de nosotros? Pero ¿es que debemos ponernos a la escucha de ella, como si fuera preferida a todos nosotros?" [16]. María se echó a llorar y se dirigió a Pedro: "Hermano mío, Pedro, ¿qué piensas? ¿Crees, quizá, que me he inventado estas cosas o que digo mentiras en lo que respecta al Salvador?" [17]. Entonces Leví, tomando la palabra, responde a Pedro: "Pedro, tú siempre eres colérico. Observo que tratas a las mujeres como si fuesen enemigos. Si el Señor la ha hecho digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Ciertamente el Salvador la conoce muy bien. Por eso la ama más que a nosotros. Es mejor que nos avergoncemos, nos revistamos del hombre perfecto, nos formemos (o ¿nos separemos?) como él nos ha mandado y prediquemos el evangelio, sin imponer más mandato o ley que lo dicho por el Salvador" [18].


En los principios del Cristianismo, María Magdalena tuvo un protagonismo igual o superior al de Pedro, sin embargo en los Evangelios canónicos se da una prioridad absoluta a Pedro y se margina a Nuestra Señora; Por el contrario en los Evangelios Apócrifos se mantiene muy vivo el recuerdo y el reconocimiento hacia Ella.


Es importante recuperar el significado del antiguo cristianismo, el mensaje liberador, fraternal y ecuánime que Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó.

domingo, 3 de junio de 2012

CUANDO LAS MUJERES ERAN SACERDOTES

Durante los últimos meses han aparecido numerosos documentos y declaraciones de teólogos y teólogas, grupos de sacerdotes y religiosos, movimientos cristianos y organizaciones cívico-sociales, e incluso de obispos y cardenales de la Iglesia católica, pidiendo el acceso de las mujeres al sacerdocio. Todos ellos consideran la exclusión femenina del ministerio sacerdotal como una discriminación de género que es contraria a la actitud inclusiva de Jesús de Nazaret y del cristianismo primitivo, va en dirección opuesta a los movimientos de emancipación de la mujer y a las tendencias igualitarias en la sociedad, la política, la vida doméstica y la actividad laboral. El alto magisterio eclesiástico responde negativamente a esa reivindicación, apoyándose en dos argumentos: uno teológico-bíblico y otro histórico, que pueden resumirse así: Cristo no llamó a ninguna mujer a formar parte del grupo de los apóstoles, y la tradición de la Iglesia ha sido fiel a esta exclusión, no ordenando sacerdotes a las mujeres a lo largo de los veinte siglos de historia del catolicismo. Esta práctica se interpreta como voluntad explícita de Cristo de conferir sólo a los varones, dentro de la comunidad cristiana, el triple poder sacerdotal de enseñar, santificar y gobernar. Sólo ellos, por su semejanza de sexo con Cristo, pueden representarlo y hacerlo presente en la eucaristía. Estos argumentos vienen repitiéndose sin apenas cambios desde hace siglos y son expuestos en tres documentos de idéntico contenido, a los que apelan los obispos cada vez que los movimientos cristianos críticos se empeñan en reclamar el sacerdocio para las mujeres: la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe Inter insigniores (15 de octubre de 1976) y dos cartas apostólicas de Juan Pablo II: Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988) y Ordinatio sacerdotalis. Sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres (22 de mayo de 1984). La más contundente de todas las declaraciones al respecto es esta última, que zanja la cuestión y cierra todas las puertas a cualquier cambio en el futuro: 'Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia'. Es verdad que la historia no es pródiga en narrar casos de mujeres sacerdotes. Esto no debe extrañar, ya que ha sido escrita por varones, en su mayoría clérigos, y su tendencia ha sido a ocultar el protagonismo de las mujeres en la historia del cristianismo. 'Si las mujeres hubieran escrito los libros, estoy segura de que lo habrían hecho de otra manera, porque ellas saben que se les acusa en falso'. Esto escribía Cristina de Pisan, autora de La ciudad de las damas (1404). Sin embargo, importantes investigaciones históricas desmienten tan contundentes afirmaciones del magisterio, hasta invalidarlas y convertirlas en pura retórica al servicio de una institución patriarcal. Entre los estudios más relevantes al respecto cabe citar Mujeres en el altar, de Lavinia Byrne, religiosa expulsada de su congregación por publicar este libro; Cuando las mujeres eran sacerdotes, de Karen Jo Torjesen, catedrática de Estudios sobre la Mujer y la Religión en Claremont Graduate School, y los trabajos del historiador Giorgio Otranto, director del Instituto de Estudios Clásicos y Cristianos de la Universidad de Bari. En ellos se demuestra, mediante inscripciones en tumbas y mosaicos, cartas pontificias y otros textos, que las mujeres ejercieron el sacerdocio católico durante los 13 primeros siglos de la historia de la Iglesia. Veamos algunas de estas pruebas que quitan todo valor a los argumentos del magisterio eclesiástico. Debajo del arco de una basílica romana aparece un fresco con cuatro mujeres. Dos de ellas son las santas Práxedes y Prudencia, a quienes está dedicada la iglesia. Otra es María, madre de Jesús de Nazaret. Sobre la cabeza de la cuarta hay una inscripción que dice: Theodora Episcopa (= Obispa). La 'a' de Theodora está raspada en el mosaico, no así la 'a' de Episcopa. En el siglo pasado se descubrieron inscripciones que hablan a favor del ejercicio del sacerdocio de las mujeres en el cristianismo primitivo. En una tumba de Tropea (Calabria meridional, Italia) aparece la siguiente dedicatoria a 'Leta Presbytera', que data de mediados del siglo V: 'Consagrada a su buena fama, Leta Presbytera vivió cuarenta años, ocho meses y nueve días, y su esposo le erigió este sepulcro. La precedió en paz la víspera de los Idus de Marzo'. Otras inscripciones de los siglos VI y VII atestiguan igualmente la existencia de mujeres sacerdotes en Salone (Dalmacia) (presbytera, sacerdota), Hipona, diócesis africana de la que fue obispo san Agustín cerca de cuarenta años (presbiterissa), en las cercanías de Poitires (Francia) (presbyteria), en Tracia (presbytera, en griego), etcétera. En un tratado sobre la virtud de la virginidad, del siglo IV, atribuido a san Atanasio, se afirma que las mujeres consagradas pueden celebrar juntas la fracción del pan sin la presencia de un sacerdote varón: 'La santas vírgenes pueden bendecir el pan tres veces con la señal de la cruz, pronunciar la acción de gracias y orar, pues el reino de los cielos no es ni masculino ni femenino. Todas las mujeres que fueron recibidas por el Señor alcanzaron la categoría de varones' (De virginitate, PG 28, col. 263). En una carta del papa Gelasio I (492-496) dirigida a los obispos del sur de Italia el año 494 les dice que se ha enterado, para gran pesar suyo, de que los asuntos de la Iglesia han llegado a un estado tan bajo que se anima a las mujeres a oficiar en los sagrados altares y a participar en todas las actividades del sexo masculino al que ellas no pertenecen. Los propios obispos de esa región italiana habían concedido el sacramento del orden a mujeres, y éstas ejercían las funciones sacerdotales con normalidad. Un sacerdote llamado Ambrosio pregunta a Atón, obispo de Vercelli, que vivió entre los siglos IX y X y era buen conocedor de las disposiciones conciliares antiguas, qué sentido había que dar a los términos presbytera y diaconisa, que aparecían en los cánones antiguos. Atón le responde que las mujeres también recibían los ministerios ad adjumentum virorum, y cita la carta de san Pablo a los Romanos, donde puede leerse: 'Os recomiendo a Febe, nuestra hermana y diaconisa en la Iglesia de Cencreas'. Fue el concilio de Laodicea, celebrado durante la segunda mitad del siglo IV, sigue diciendo en su contestación el obispo Aton, el que prohibió la ordenación sacerdotal de las mujeres. Por lo que se refiere al término presbytera, reconoce que en la Iglesia antigua también podía designar a la esposa del presbítero, pero él prefiere el significado de sacerdotisa ordenada que ejercía funciones de dirección, de enseñanza y de culto en la comunidad cristiana. En contra de conceder la palabra a las mujeres se manifestaba el papa Honorio III (1216-1227) en una carta a los obispos de Burgos y Valencia, en la que les pedía que prohibieran hablar a las abadesas desde el púlpito, práctica habitual entonces. Éstas son sus palabras: 'Las mujeres no deben hablar porque sus labios llevan el estigma de Eva, cuyas palabras han sellado el destino del hombre'. Estos y otros muchos testimonios que podría aportar son rechazados por el magisterio papal y episcopal y por la teología de él dependiente, alegando que carecen de rigor científico. Pero ¿quién es la teología y quiénes son el papa, los cardenales y los obispos para juzgar sobre el valor de las investigaciones históricas? La verdadera razón de su rechazo son los planteamientos patriarcales en que están instalados. El reconocimiento de la autenticidad de esos testimonios les llevaría a revisar sus concepciones androcéntricas y a abandonar sus prácticas misóginas. Y a eso no parecen estar dispuestos. Prefieren ejercer el poder autoritariamente y en solitario encerrados en la torre de su 'patriarquía', a ejercerlo democráticamente y compartirlo con las mujeres creyentes, que hoy son mayoría en la Iglesia católica y, sin embargo, carecen de presencia en sus órganos directivos y se ven condenadas a la invisibilidad y al silencio. JUAN JOSÉ TAMAYO-ACOSTA