Los fundamentos conceptuales de la ideología que define la presencia de la mujer como construcción social en la historia de la humanidad, vienen marcados por su función como fuente y germinación de la vida.
En la etapa prehistórica, durante la segunda fase del Neolítico, asistimos a la representación de la figura femenina como símbolo de la fecundidad.
Pequeñas figuras femeninas talladas en la piedra, con los rasgos característicos de la gravidez acentuados, marcaron el inicio de la representación femenina como presencia que evocaba su capacidad para dar vida a un ser humano.
La imagen femenina se somete a la primera noción de representación, en la cual la función principal de la reproducción acentúa las características de sus atributos, situando en un primer plano su función primordial como gran laboratorio donde se gesta el ser humano.
Pequeñas figuras femeninas fueron concebidas como ofrendas votivas definidas por la rotunda volumetría de sus rasgos para proyectar visualmente la capacidad de reproducción de la mujer, soslayándose la posible individualización de la imagen, conferidas a estas figuras femeninas en las que dicha imagen sirvió como referencia para evocar e invocar la fecundidad en la naturaleza.
Con la transición de la comunidad primitiva a la vida sedentaria, se inicia una nueva fase en la cual la función de la mujer asume otros roles sociales, además de su capacidad para dar vida a un ser humano. La actividad de la mujer se ve incrementada en los albores de una agricultura incipiente, pues en estas labores de siembra y recolección, con la primacía de la caza y la pesca, se hizo indispensable la confección de enseres de barro, o la realización de objetos utilitarios realizados a partir de fibras naturales.
En las antiguas civilizaciones hidraúlicas se definen con caracteres marcando la estratificación social y la jerarquía en cuanto a la posición en la sociedad, por lo cual se establecen nuevos roles sociales adjudicados a la mujer. Podemos observar que en algunas estructuras sociales la imagen de la mujer transita del Idolillo, símbolo de fecundidad, evoluciona y se hace Diosa o Sacerdotisa.
En algunas sociedades será mujer-madre, y asimismo, debido a las diferentes escalas sociales, habrá una mujer respetada y adorada por su jerarquía, por su ascendencia real, otras mantendrán su imagen solamente como mujer-madre.
En cada contexto geográfico, y en los diversos espacios culturales donde se ha desarrollado han existido los roles de la mujer - madre, mujer - diosa, mujer - faraona, mujer - profetisa, mujer – sacerdotisa, mujer - reina,mujer - emperatriz… Con el transcurso del tiempo, en distintas religiones se ha ignorado y transformado radicalmente el rol y el poder de la mujer con el objetivo de subvertir su fuerza y capacidad, anulando una energía propia y natural, que se acrecienta por su capacidad regeneradora, y por su sentido común e inteligencia, proyectándose de forma válida en diversas esferas de la conciencia.
Siguiendo la evolución histórica en una relectura que ponga en primer plano la figura de la mujer, podemos afirmar que en la civilización egipcia existió un tratamiento que reveló la importancia de la figura femenina en el plano de las concepciones cosmogónicas y en el discurso derivado del poder, como madre y esposa.
Ya desde el Reino Antiguo la reina no se limitaba a secundar al faraón acompañándole durante la realización de las ceremonias del culto oficial. Durante los primeros reinados de la XVIII Dinastía la Gran Esposa del faraón a menudo es investida del título y la función de Hemet Netjer, es decir esposa de dios que corresponde a la participación activa por parte de las reinas y las princesas en el culto de Amón.” La Mujer en los tiempos de los faraones, Ed. Complutense, Madrid, 1999. Desroches-Noblecourt, Christiane,
Estas representaciones pueden observarse en los relatos visuales que aparecen en las inscripciones jeroglíficas de algunos templos y asimismo en la representación de relieves y formas escultóricas de las figuras que adquirieron el sentido de divinidades femeninas no sólo durante el apogeo de la cultura egipcia, sino que se expandieron más allá de su reinado, en otra fase de la historia.
De todos los aspectos femeninos de lo divino, Isis se manifiesta a los ojos de nuestros coetáneos como la diosa por excelencia, la más conocida, la imagen misma de Egipto, la admirable compañera de Osiris, que supo secundarle y posteriormente perpetuar el culto de su esposo, vencido por el mal, así como defender a su heredero hasta que se convirtió en adulto. En la época romana su culto se expandió por todo el mediterráneo y se edificaron templos oficiales para su mayor gloria.
Desroches-Noblecourt, Christiane, La Mujer en los tiempos de los faraones, Ed. Complutense, Madrid, 1999.
Durante el auge de la cultura helénica y la posterior expansión del imperio romano de occidente, intentamos una aproximación a la cultura grecolatina, en la cual se percibe, primero en la cultura helénica, la historia del Panteón griego, con sus dioses, donde aparecen importantes deidades femeninas, algunas de las cuales formaron la genealogía de diosas que constituyeron el soporte conceptual de las manifestaciones artísticas y literarias. Asimismo aparecen idénticas deidades femeninas en la concepción latina.
Por ello se ha afirmado la extendida concepción fundacional acerca de la referencia a la cultura helénica y a la cultura romana como sustratos fundamentales de la civilización del viejo continente, aunque mucho asimilaron en su expansión territorial de los aportes de las culturas del Oriente.
La historia antigua aporta determinadas referencias acerca de algunas mujeres con facultades para auscultar el misterio de los sucesos y poder vaticinar el futuro, mujeres portadoras de una capacidad de anticipación para leer los mensajes velados de las divinidades, ocultos en la trama de la realidad.
Según historiadores de la antigüedad, Sibila fue hija de Dárdano, gobernante troyano y de Neso, su esposa. Sibila fue una mujer dotada del poder de la adivinación. Podía comprender el significado de los sueños y describir profecías inspirada por el Dios Apolo. Tuvo gran reputación por la veracidad de sus profecías, y por extensión se dio ese nombre a otras mujeres que tuvieron ese don de profetizar el futuro.
En la antigüedad grecolatina se conocieron distintas sibilas. Se afirma que las sibilas vivían en formaciones rocosas, en grutas, y que las profecías se expresaban en estado de trance, dichas en verso, en hexámetros griegos. Surgidas en época de esplendor de la cultura helénica, se atribuye a la Sibila Herófila el hecho de haber profetizado la guerra de Troya.
En la tradición griega la sibila délfica oficiaba en el Oráculo de Delfos, así como en la tradición romana se menciona la sibila de Cumas.
Resulta válido replantearse la función de las sibilas o pitonisas en la historia de estos pueblos, en una aproximación en la cual se invoquen más allá de una concepción mítica. En otro enfoque de esta historia, propongo algunas ideas que ayudan a confirmar lo expresado anteriormente.
Mientras el Estado permanece aún en un período embrionario, prepondera la mujer como madre y determina el grado y la índole de la cultura, de igual manera que está destinada a completar el Estado destruido. (…). En tales estados se siente más ahincadamente lo que se vuelve a sentir en todas la épocas: el instinto invencible de la mujer como protectora de las futuras generaciones porque en ellas la naturaleza nos habla de sus cuidados para la conservación de la especie. La intensidad de esta fuerza intuitiva estará determinada por la mayor o menor consolidación del Estado: en los momentos de desorganización y de arbitrariedad, en que el capricho o la pasión del hombre individual arrastra a tribus enteras, la mujer se levanta repentinamente como profetisa admonitora. (…)
Mientras el Estado permanece aún en un período embrionario, prepondera la mujer como madre y determina el grado y la índole de la cultura, de igual manera que está destinada a completar el Estado destruido. (…). En tales estados se siente más ahincadamente lo que se vuelve a sentir en todas la épocas: el instinto invencible de la mujer como protectora de las futuras generaciones porque en ellas la naturaleza nos habla de sus cuidados para la conservación de la especie. La intensidad de esta fuerza intuitiva estará determinada por la mayor o menor consolidación del Estado: en los momentos de desorganización y de arbitrariedad, en que el capricho o la pasión del hombre individual arrastra a tribus enteras, la mujer se levanta repentinamente como profetisa admonitora. (…)
En este caso lo voluntad helénica forjaba siempre nuevos instrumentos para predicar la llaneza, la cordura, la moderación; pero sobre todo la Pitia fue la que encarnó como ninguna aquel poder de la mujer para equilibrar el Estado. Del hecho de que Grecia, a pesar de estar tan disgregada en pequeñas estirpes y comunidades estatales, era en el fondo una, y en su desdoblamiento no hacía sino resolver sus propios problemas, es la mejor prenda aquel maravilloso fenómeno de la Pitonisa y el oráculo de Delfos; pues siempre, mientras el genio griego elaboró sus obras de arte, habló por una boca y como una Pitonisa.
A través de la progresión y asimilación de deidades al cristianismo, se identifican otras sibilas relacionadas con determinadas regiones del mundo antiguo, a quienes se atribuye que profetizaron el advenimiento de un Mesías. Profetas y Sibilas vaticinaron la presencia de un Redentor y ese mensaje se proyectaba desde el mundo pagano hasta la noción del cristianismo primitivo.
En la religión judaica también existen referencias en torno a algunas figuras femeninas vinculadas al éxodo, que aparecen en el Antiguo Testamento, consideradas como profetisas, quienes en diferentes momentos de la historia de su pueblo trasmitieron mensajes y glorificaron el nombre de Dios, enalteciendo al pueblo de Israel.
Se reconoce la existencia de siete mujeres profetisas: Sarah, la esposa del profeta Abraham desarrolló el don de la profecía; Myriam la hermana de Moisés y de Aaron; Deborah quien profetizaba y componía cantos de alabanza; Hannah, la madre de Samuel; Abigail, quien fue una de las Jeremías, quien predijo que por la maldad del pueblo Palestina iba a ser derrotada.
Con los preceptos de la religión judeocristiana, en el catolicismo proclamado por la iglesia católica romana la posición de la mujer como vehículo de lo sagrado se desarticula de antiguos valores, se fragmenta.
En el Jardín del Edén, Eva es tentada por el mal y conmina a Adán a comer del fruto prohibido. La mujer es objeto de culpa y ambos son expulsados del Paraíso. Entonces la mujer reaparece inmaculada, como madre, la madre del Salvador y purificada por el dolor.
Acerca de María se integra la visión de la Madre del Niño Jesús, la cual ha generado la noción de advocación mariana a través de distintas denominaciones, apelativos que concurren para conjugar cualidades sagradas, así como nombres relacionados con espacios geográficos y toponímicos, como atributos de la Mujer, que asimismo recorren diversas etapas del cristianismo en las cuales se sumergió en cultos anteriores procedentes del Oriente. De este modo se articula a María, la Madre del Mesías, como Madre vinculada a la Tierra. Se van representando estas advocaciones marianas y se interrelacionan con el imaginario de otras culturas, la presencia de la Madre-Tierra y de otras diosas antiguas se une a las “apariciones” de la Virgen María en distintas regiones de diferentes contextos geográficos donde fue expandiéndose el Cristianismo, así como se genera y desarrolla el culto mariano.
Resulta válido considerar algunas ideas fundamentales, las cuales afirman que desde el siglo XII en territorios de la península ibérica la imagen de la Virgen María asume connotaciones especiales, pues aparecen representaciones de la Virgen Negra por el sentido que le otorgó la Orden de los Caballeros Templarios, que desarrollaron una visión particular de María, la madre de Jesús, y la identifican como Nuestra Señora.
Nuestra Señora fue, pues, una especial devoción templaria, pero no como sujeto divino y objeto piadoso, sino como un gran símbolo sincrético del conocimiento universal, de la Gnosis o Sophia, al modo como lo fuera para las heterodoxias cristianas de Oriente.
Entre todos los cultos orientales, presentes en la Tierra Santa medieval, sobresale uno, tanto por su vitalidad como por su multiplicidad (…); nos referimos al de la Diosa-Madre. Bajo diversas formas, en estas imágenes se adoraba a una “divinidad” femenina, una especie de diosa-madre, de tierra-madre, o más concretamente: una Diosa-Tierra, que en el área mediterránea se manifestará bajo los nombres de Isis, Cibeles, Astarté, Demeter, Artemisa, Ceres, Isthar, etc. Diosas madres que, prácticamente todas, fueron alguna vez representadas de negro, porque dicho color es el que se utiliza simbólicamente para señalar a esa tierra primigenia que, una vez fecundada por la potencia celeste, será la fuente de toda vida: física, espiritual e intelectual. Diosa-Madre-Tierra implica indefectiblemente color negro. Porque, además, muchas de las imágenes de la Diosa antes citada habían sustituido en su lugar de culto a una “Piedra Negra”, meteórica, que era venerada en esos santuarios desde tiempo inmemorial.(…) Pues, al emplear a propósito el color negro en ciertas imágenes marianas, subrayaban de la manera más clara que para ellos la Virgen Negra era, al mismo tiempo, la María cristiana, la Diosa Tierra céltica, la Isis egipcia, la Piedra Negra cósmica y, en fin, la Gran Madre de todas las religiones, situándola dentro de una concepción iniciática religiosa, universal y sincrética del gran principio femenino del Universo.
Alarcón, Herrera Rafael, La última Virgen Negra del Temple, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1991.
Si esta referencia al origen de la representación de Nuestra Señora con una imagen negra data de los siglos XI y XII, es de suponer que a partir del siglo XV, cuando España extiende su poderío a las tierras del Nuevo Mundo, ya estas imágenes negras se han expandido en gran parte del territorio español, pese a la persecusión de la orden templaria y al fin de su poder religioso.
Extraído de: Oráfrica, revista de oralidad africana, nº 5, abril de 2009, p. 163-180. ISSN: 1699-1788 Entregado: 20/01/2008. Aceptado: 28/06/2008.
GUILLERMINA RAMOS CRUZ
La otra cara de Eva: diosas, sacerdotisas, sibilas, orishas: la mujer y lo sagrado
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